Escribo estas líneas desde Prashanti Nilayam, su Ashram de Puttaparthi, en el estado de Andhra Pradesh, al sur de la India. He venido aquí a lo largo de 20 años, como seguidor de Baba (si no cuento mal, este es mi viaje décimo quinto). Puedo todavía emocionarme al ver cómo perdura la más numerosa devoción hindú, pero jamás me tocó ver tan pocas caras occidentales. Me sobrarían los dedos de las manos para contar los argentinos que estamos aquí, cuando antes éramos una verdadera legión. Es como si esta peregrinación a Puttaparthi se hubiera convertido en un mero rito hindú.
Nunca concebí estos viajes turísticamente. Siempre fueron un retiro, una búsqueda espiritual, un aprendizaje a veces arduo. Mi veneración y mi gratitud al Maestro no han cambiado. Pero no puedo dejar de preguntarme, con cierta nostalgia, por qué ahora somos menos. No es difícil ensayar una interpretación.
Nosotros los occidentales estamos muy apegados a la “forma”, al cuerpo. Nos cuesta la pura abstracción de la energía. Recrear la inaudita vivencia de una alegría que Swami distribuía entre todos, repartiendo milagros, prodigando curas, “corporizaciones” y, sobre todo, la transformación interior que su ejemplo y su cercanía -Darshan- irradiaban. Por no referirme a su inimitable estilo: su look “afro”, su túnica inmaculada, su afición a las leelas o “juegos divinos”, que nos devolvían el asombro y la maravilla. Su mirada -por momentos de una severidad shivaica y en otros de una ternura de mil madres-, su andar como sobrevolando el piso, entre tantas otras peculiaridades inéditas. Sin duda, nos fascinaba también todo eso, de orden corporal, que podíamos percibir con los sentidos.
No por nada –y aquí viene mi interpretación- ha surgido un discípulo, Madhusudan, en Muddenahalli, las proximidades de Puttaparthi, que se considera “el cuerpo sutil de Sai Baba”. Una suerte de transitoria supervivencia del Maestro, hasta su regreso en la ya anunciada reencarnación avatárica como “Prema Sai”, en Mysore.
Esta “continuidad sutil” es un asunto controvertido entre los devotos, sobre el cual no me siento llamado a pronunciarme. Pero hay un dato revelador y es la preferencia de los occidentales por visitar a esta nueva figura. Los comprendo perfectamente… es un cuerpo, por sutil que sea.
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Fernando Sánchez Sorondo - Escritor.
Autor del libro Sai Baba, un cable al cielo.